Esto no puede continuar así. No, hoy tampoco me quiso los macarrones y ya van demasiados días con la tontería. Me dice que es incapaz de pensar en comer, que está demasiado triste para esas cosas. ¿Tú te crees? Algo tuve que hacer mal con esta niña, Felipe. No me vengas con que son cosas de la edad, por favor. Tú y yo también fuimos jóvenes y no teníamos tantas tonterías. Ya se encargaban de quitarnos los pájaros de la cabeza pronto y ahí es donde nosotros fallamos. Dejarla fantasear sin ponerle ninguna traba, ahora le hubieran servido de protección. ¿Más comprensiva? Eso, tú encima ponte de su parte. Pues una cosa te voy a decir, es lo que menos le conviene. La estás convirtiendo en una consentida y ya no tiene edad para esas cosas.
Sí, cariño, yo también sufrí lo mío pero lo de Marisita es un capricho sin más. Pues estamos buenos si a la primera de cambio se nos viene abajo, tiene que aprender que la vida no es toda de color de rosa. ¿Sólo es joven e inocente, dices? Ah, pues muy bien, vete preparando para tenerla encerrada en su cuarto cada dos por tres. Y tú ahí, de brazos cruzados. Sí, ya, se le pasará, hasta que vuelva a creerse alguna de esas historias que escribe en papel y ya la tenemos montada otra vez.
Todavía no me creo con lo que me salió Sofía esta tarde, en el café central, que me la crucé. “Ésta te salió especial, Rosario. No tiene miedo a vivir.” Y qué daría lo que fuera por poder contagiarse de la ilusión con la que la niña vive sus días, que cambie mis sermones por abrazos y que me ponga a revolver en el baúl de los sentimientos pasados. ¿Dónde se ha visto? Una viva-la-virgen como Sofía, dándome lecciones sobre cómo educar a mis hijos. Lo que una tiene que aguantar… No está escrito, Felipe, no está escrito. Y por ésta me callé, pero me faltó poco para soltarle que mucha de la culpa de que Marisa sea como es la tiene ella. Visitar a su prima y volver revolucionada son todo uno. No, no estoy exagerando. Claro, como la que tengo que tratar con ella soy yo… Pues venga, ya puedes estar yendo a convencerla para que no suba con Sofía tantos días. Que luego me la devuelve con el doble de historias imposibles y yo no puedo más. Un día cojo la maleta y a ver cómo os las apañáis entonces… porque esta niña hace lo que le da la gana y esto se tiene que acabar. ¡Vamos que si se tiene que acabar! Como que me llamo Rosario…
¿Qué que hago? Pues que voy a hacer… Nada, me puse a hacer tiempo hasta llevar a la niña a la estación. Sí, son muy antiguas, son del verano aquel que quisimos recorrer la costa andaluza en vespa, ¿te acuerdas? ¡Cuántos recuerdos, cariño! Y que jóvenes éramos... Tenía la misma edad que nuestra Marisa ahora. Si es que se me encoge el corazón al verla tan apagada… con la chispa que ella tiene y esa eterna sonrisa. Pero sí, quizá tengas razón y lo que más le convenga sea pasar unos días con Sofía, por lo menos a ella sigue sin darle miedo vivir. Cojo el bolso y nos vamos.