06 junio 2008

La culpa fue del cha-cha-chá.

El recuerdo de un viento de otoño llama al otro lado de la ventana. El frío de las sábanas en la parte izquierda se encarga de darle el último despertar. Abre un ojo y mientras el otro le copia el movimiento, la realidad le da los buenos días. Su mente perezosa se estremece hueso a hueso y sin ningún esfuerzo, coge el primer lápiz sin punta de encima de su mesa para marcar con suavidad las líneas de esos ojos verdes que ahora le cuesta tanto dibujar. Mientras se lava la cara, se dedica a perfilar los trazos de unos labios que no puede dejar de recordar sin que un escalofrío recorra su cuerpo de pies a cabeza. Coge el último suéter desmontando la pila de su armario, como cada día, pero hoy no son sus manos las que le ayudan a abrocharlo por detrás. Puede sentir su respiración y cómo, sin darse cuenta, apartan su pelo para besarle el cuello a escondidas, deseándole un buen día. Su habitación está vacía pero parecen escucharse ruidos en el salón. Huele a tostadas recién hechas y el chocar de las cucharillas le resulta inconfundible. “Buenos días, mamá, no te esperaba tan pronto”. Y con el sabor a resignación que dejan las esperanzas fugaces, coge su taza de café y enciende el primer cigarro del día. Desde su pequeño balcón, la calle todavía está dormida... Y mientras pone la radio, se pregunta si será cierto que la culpa de todo la tengan las películas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito y gris despertar, Mar. Me ha gustado mucho la descripción. La culpa de todo la tienen las películas y las nostalgias. Pero qué textos te hacen escribir, bonita :)