01 septiembre 2008

Cinco menos uno.

Faltaban tres días. Ni uno más ni uno menos para que apareciera en mi vida, para que empezara a darle vueltas como una de esas ruletas de la suerte y ya nunca volviera a ser la misma, ni la ruleta ni yo. Sólo tres días para aprender a sentir, a soportar ausencias de las que se enganchan en las suelas, para que recuerdes cada paso que das sin él. Faltaban tres días cuando subí a Girona para celebrar el cumpleaños de mi prima y regalarle aquella marioneta que tanto le gustó. Entonces no conocía a mi prima, ni a Girona ni siquiera que yo era capaz de regalar marionetas. Faltaban tres días, por eso aquel uno de septiembre subí al tren deseando que quedara algún sitio libre en los asientos con mesa desplegable, para colocarle delante, mientras le imaginaba sin conocerle todavía.

Y no lo recordaría sino fuera porque sé que a partir de entonces empezó a dejarse caer en alguno de esos textos que van asentándose con el run-run de un tren. Son mis preferidos. Empiezas pero los abandonas por alguna conversación que te es imposible dejar de oír y en las que con el tiempo piensas que acabaste participando. Y no lo recordaría porque olvido las fechas con mucha facilidad pero faltaban tres días para que pudiera empezar a descubrirlo, para que en cambio, pudiera sorprenderle con mi facilidad para memorizar caras y asociarlas a un nombre.

Un día que reconoces como tuyo porque recuerdas la ropa que llevabas, el momento en qué os mirasteis por primera vez, la hora en qué cruzasteis la primera palabra, cómo habías llegado hasta allí y qué pasó el resto del día. Sin duda un día así tiene que pertenecer alguien… a nosotros. Un día que esperas con los nervios propios que tienden la alfombra roja para las grandes fechas. Y es que creo que el mejor regalo es recordarle que recordamos juntos, como nuestra película favorita pero sin pagar entrada, sólo cerrando los ojos y fundiéndonos en negro. A pesar de todo, después de tanto y aunque falten tres días…

21 julio 2008

Es hora de coger aire... hasta la próxima orilla.

Hoy no escribiré en tercera persona ni utilizaré a Marisa para reírme con alguno de sus melodramas, los que yo disfruto inventando. Tampoco hay nadie de cumpleaños, ni siquiera tengo una idea original en la que inspirar mi entrada. Pero sé que el texto de hoy me pesará durante mucho tiempo, que lo releeré cuando lo necesite para creerme que he dejado de estar aquí. Para asegurarme que a partir de ahora escribiré desde allí. Y al aparcar el coche esta noche, he pensado que un aquí y un ahí separado por más de mil kilómetros merecen como mínimo una explicación.

Quizá la que yo me debía conmigo misma desde hace semanas, meses y que ahora tengo la excusa perfecta, te lo explico a ti. Hoy me gustaría guardar las máscaras para cuando vuelva a escribir desde allí, para cuando haya conseguido librarme de todo lo que desequilibra mis brújulas, las de aquí. Y tienes razón, no me ayudarán a buscar nuevas calles pero tengo que intentarlo. No me queda otra. Seguramente, no exista mejor lugar para volcar lo que durante meses ha estado mezclándose en mi cabeza. Este iba a ser el verano de los darme-cuentas, te leí en algún sitio y yo miré para otro lado, pensando que así no me salpicaría y aquí me tienes, cogiendo aire para llegar hasta la otra orilla. La que me espera con la arena sin pisar en las playas del Atlántico.

Debería ponerme a explicar cómo le conocí, cómo perdí el miedo a volar, cuando me empezaron a asaltar, sin consultarme, los nervios por un nuevo reencuentro, en el aeropuerto, cómo nos cansamos de ser unos simples local y visitante, sin pasado ni futuro, tan sólo un presente que nos llenaba más que vidas enteras. Tengo esa sensación del ahora o nunca y sin embargo, sé que llegaré a la otra orilla antes de darme cuenta, escribiendo sobre la noche en que no me atreví a contar mi historia, la que ha marcado mi año y mi vida y la que ahora se sienta encima de mi maleta para ayudarme a cerrarla. Prefiero no seguir mirando de reojo… Sí, creo que ya lo tengo todo, o casi todo.

Hasta la vuelta.

17 julio 2008

La máquina del tiempo.

Me sorprenderás por detrás pasando a la segunda página de mi nueva novela. La que habré rescatado de la estantería la noche de antes, para no sentirme sola en la fiesta de bienvenida de mi nueva vida. Necesito compañeros de viaje para girar esquinas, sin vueltas atrás ni más adelantes. Y será ese olor a definitivo lo que me producirá una angustia que no conseguiré abandonar ni cuando duerma, aunque sea la última noche que disfrute de las curvas de mi cama durante un tiempo. Es el problema de ser más de probables y posibles que permiten dejar todas las puertas que sean necesarias abiertas, como recuerdos numerados a los que aferrarse en momentos de piernas temblando. Pero el domingo sin duda, triunfará un definitivo tan enorme, que a duras penas conseguiremos pasar por la puerta del trabajo cogidos de la mano.

Se agudizará mi habilidad para diferenciar el ruido de tus pasos entre las más de veinte personas que trabajen ese día en aquella oficina con poco encanto. Iré por la primera página de la novela sin saber el nombre de mi nuevo compañero cuando llegue la hora de verdad. En pocos minutos te acercarás a buscar algo de comer, mirando cada una de las filas de la máquina con el dinero exacto en la mano, debatiéndote entre cacahuetes o pistachos.

Y mientras yo, pasaré a la segunda página con esfuerzo y perdiendo el tiempo imaginando tu rostro en la sombra que me llega hasta la sala de descanso. El definitivo habrá empezado a acelerar el ritmo, me lo recordará a cada momento y la sensación de que me voy quedando atrás será cada vez más insoportable. Cerraré el libro sin colocar el punto que encontré esta semana en el metro, no me costará recordar que fui incapaz de pasar de la segunda página. No olvidaré tan fácilmente la página de la indecisión y el definitivo peleándose en mi mente, la página de todo lo que no dijimos y nos guardamos, la página que habría arrancado para escribirte en uno de los bordes no me olvides, hasta siempre. y lanzártelo con fuerza para que llegara hasta tu mesa. Sin embargo, el dos seguirá precediendo al tres en aquella novela de protagonista desconocido. Nada habrá cambiado entre esas cuatro paredes cuando se acerquen las nueve de la tarde y sin embargo, todo será diferente cuando cruce por última vez la puerta de salida.

Ya no habrá posibilidad de sorprenderme en la segunda página, ni de lanzar hojas de novela con mensajes de los que dejan huella. No volveremos a mirarnos por encima de la pantalla del ordenador, jugando a disimular, ni coincidiremos en ningún ascensor. Habremos perdido la oportunidad de quedar a la salida del trabajo y se habrá acabado para siempre el recordarnos a la fuerza cuando llegue el fin de semana. Será un domingo decisivo de los que tarda en difuminar la memoria, de los que te sorprenden una tarde cualquiera. ¿Llegarás a arrepentirte de un adiós sin despedida?...

14 julio 2008

Paseo de gracia y nostalgia.

Había olvidado la hora qué era. Quizá las ocho porque la ciudad empezaba a contagiarse de sonrisas a la salida del trabajo, de maletines deseando descansar en la firmeza de tantos escritorios y de corbatas y tacones que no veían el momento de llegar a casa. Y mientras tanto, había decidido perderse entre los trazos grises de una cuartilla blanca, que había encontrado por casualidad en su bolso. Dentro de unos días, pocos ya, se le volverían escasas las oportunidades de regalarse minutos sentada en uno de aquellos bancos que le habían fascinado tanto desde el primer momento que los vio. O desde el momento en qué pudo empezar a recordarlos. Tan blancos, de piedra, despertándola con el escalofrío que se produce al chocar por vez primera con la piel.

“Otro ataque de nostalgia ahora no, por favor”. Todavía estaba sentada en uno de esos bancos, todavía se escuchaba algún “fins demà” (hasta mañana) y todavía, al recibir una llamada, podía quedar sin que fuera necesario coger un avión. Ya tendría días, sentada en el sillón de su nueva casa que ahora imaginaba, para cerrar los ojos y verse, aunque fuera por un minuto, en el paseo de los paseos que en tantas ocasiones había escogido para perderse. “Buscar nuevas calles para perderme” apuntó decidida en su agenda para la semana que viene. Abrió el libro por la página cincuenta y seis y marcó con lápiz el 45: Ausencias.

Las cosas que nos faltan, cúantas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de ausencias. Hay partidas, adioses que no volvieron ni volverán. Aún en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados. Por suerte cuando soñamos vuelven todos, los que todavía son y los que se fueron. Y abrazamos fantasmas, almas en penas y almas en gloria. Viene entonces la fase de ojos abiertos, también llamada insomnio. Allá arriba está el cielo raso, con la araña de siempre en su rincón de redes. Nos faltan manos para acariciar, labios para besar, cintura que estrechar, cuerpo que penetrar. Todo es ausencia.

Mario Benedetti.

11 julio 2008

Próxima parada.

Creo que había dejado atrás Palau Reial cuando el chico vasco me ofreció su tarjeta de transporte “todavía le quedan dos, te la regalo” pero lo que me regaló fue una sonrisa de las que prenden, aunque no le presté demasiada atención. Me puse a pensar en porqué había decidido que fuera vasco, me apetecía que lo fuera. Tengo una extraña debilidad por los vascos y los identifico allá donde voy, o los invento cuando me dejan. El mío tenía cara de Gorka, o Aitor, los dos me gustaban por igual.

Eché un vistazo al vagón. Estaba vacío, sin rastro de trabajadores que vuelven a sus casas, sin turistas de mapa en mano, ni estudiantes con exámenes… todos los asientos para mí, para poder colocar en cada uno de ellos los recuerdos que hoy tanto me asfixiaban. Y poco tenía que ver que estuviéramos en julio. Ahí, todos bien sentaditos. En frente, las tardes que se convirtieron en noches con amanecer; a la derecha, aquel concierto en Mataró con plano casero para llegar; tu indiferencia, al fondo, en el último asiento del vagón y a mi lado, el vasco. Noté que algo caía en mi falda negra, “una gota del aire acondicionado” pensé. Y seguí mirando fijamente hacia delante que por otra parte, es lo mejor que se puede hacer en un vagón vacío. Encontrarte con el reflejo ahumado que te ofrecen sus cristales.

A punto estuvimos de pasarnos de parada, íbamos a cenar al centro y se hacía tarde. Gorka había reservado mesa para las nueve y le horrorizaba retrasarse. Me hablaba sobre las fiestas de verano en su pueblo (de nombre impronunciable) pero yo sólo podía fijarme en el vuelo que había cogido mi falda negra aquella tarde. Se notaba que quería escapar pero ahí estaba mi nostalgia crónica para obligarla a pasear por calles desconocidas, reprimiendo su vuelo una y otra vez. Y antes de darme cuenta, había perdido a Gorka. Llegué sola al restaurante y me di media vuelta antes de que me preguntaran a nombre de quién estaba la reserva. Hay pocas cosas peores que sentarte a la mesa de un restaurante para comer sola.

“Otra gota” y otra señal más en mi falda negra para que no se me olvidara que seguía queriendo huir. ¿Y Gorka? Sólo tenía su tarjeta de transporte y con eso hacía más bien poco. Debería haberle prestado más atención, todo es culpa de la falda negra. Y más gotas… cuando de repente me acercó un pañuelo de papel. “No deberías dejar caer esas lágrimas, hace un día precioso” Y abandonó el vagón vacío de los recuerdos, la falda negra y los restaurantes inventados entre estación y estación. Tendría que haberme bajado con él, así al menos habría motivo para escoger parada. El reflejo ahumado me decía que iba vestida como si hubiera quedado contigo pero no recordaba ningún “nos vemos después, un beso”. Había olvidado donde quería llevar a pasear mi falda negra y ahora sin Gorka, sólo me quedaba la próxima parada.

08 julio 2008

Brindaré por ti.

Seguramente no seré la primera en felicitarte ni pretendo ser la del regalo más caro. Pero de una cosa estoy segura: nadie puede obsequiarte con todos nuestros momentos. Es lo mejor de los recuerdos, que nos pertenecen siempre y no entienden de tiempo ni de lugares. Si los cuidas y les vas quitando el polvo son capaces de acompañarte siempre y arrancarte sonrisas aún cuando todo pinte gris. Sonrisas como las de aquel día, cuando buscando olas encontramos un peaje en dirección contraria, aportando nuestro granito de arena a una caravana dominguera de las que hacen historia.

No dejes que cojan polvo… ni aún cuando dentro de dos semanas esté de espaldas a ti, mirando otras olas, sentándome en otra orilla. Ni siquiera entonces dejes que cojan polvo. Yo me encargaré de acercarte el plumero siempre que pueda, de soplar contigo y desenredar recuerdos. Es mi regalo, te lo prometo.

Pero hoy brindaré por ti y por nuestras llamadas para avisarnos cuando sonaba por la radio alguna de las canciones a las que estábamos enganchadas. Brindaré para que te conviertas en la persona que siempre soñaste ser, para que no te acuerdes del miedo a vivir, cojas de la mano al veintidós y recuerdes que los días pasan, y lo peor es que nadie te los devuelve. Por muchos minutos que les hayas regalado. Brindaré por encontrarnos aunque pasen meses y sentir que fue ayer el último día que nos vimos. Somos de ésas y lo sabes. Brindaré para que te animes a buscar conmigo nuevas orillas en las que sentarnos a mirar, para cuando te marches, saludarnos desde la otra punta. Y estoy convencida que llegaremos a brindar por nosotras, porque no conseguimos olvidarnos a pesar de los peajes de la vida. Brindaremos porque seguiremos siendo especiales la una para la otra, a pesar de los kilómetros. Y brindaré por ti hoy y por nuestros recuerdos, para que sigamos soplando sobre ellos por mucho tiempo. Feliz cumpleaños, ratolí.

(Y por los viejos tiempos de ventanillas bajadas dejándonos la voz... http://es.youtube.com/watch?v=q2i4eIlskWI)

03 julio 2008

En el baúl de algún recuerdo.

Esto no puede continuar así. No, hoy tampoco me quiso los macarrones y ya van demasiados días con la tontería. Me dice que es incapaz de pensar en comer, que está demasiado triste para esas cosas. ¿Tú te crees? Algo tuve que hacer mal con esta niña, Felipe. No me vengas con que son cosas de la edad, por favor. Tú y yo también fuimos jóvenes y no teníamos tantas tonterías. Ya se encargaban de quitarnos los pájaros de la cabeza pronto y ahí es donde nosotros fallamos. Dejarla fantasear sin ponerle ninguna traba, ahora le hubieran servido de protección. ¿Más comprensiva? Eso, tú encima ponte de su parte. Pues una cosa te voy a decir, es lo que menos le conviene. La estás convirtiendo en una consentida y ya no tiene edad para esas cosas.

Sí, cariño, yo también sufrí lo mío pero lo de Marisita es un capricho sin más. Pues estamos buenos si a la primera de cambio se nos viene abajo, tiene que aprender que la vida no es toda de color de rosa. ¿Sólo es joven e inocente, dices? Ah, pues muy bien, vete preparando para tenerla encerrada en su cuarto cada dos por tres. Y tú ahí, de brazos cruzados. Sí, ya, se le pasará, hasta que vuelva a creerse alguna de esas historias que escribe en papel y ya la tenemos montada otra vez.

Todavía no me creo con lo que me salió Sofía esta tarde, en el café central, que me la crucé. “Ésta te salió especial, Rosario. No tiene miedo a vivir.” Y qué daría lo que fuera por poder contagiarse de la ilusión con la que la niña vive sus días, que cambie mis sermones por abrazos y que me ponga a revolver en el baúl de los sentimientos pasados. ¿Dónde se ha visto? Una viva-la-virgen como Sofía, dándome lecciones sobre cómo educar a mis hijos. Lo que una tiene que aguantar… No está escrito, Felipe, no está escrito. Y por ésta me callé, pero me faltó poco para soltarle que mucha de la culpa de que Marisa sea como es la tiene ella. Visitar a su prima y volver revolucionada son todo uno. No, no estoy exagerando. Claro, como la que tengo que tratar con ella soy yo… Pues venga, ya puedes estar yendo a convencerla para que no suba con Sofía tantos días. Que luego me la devuelve con el doble de historias imposibles y yo no puedo más. Un día cojo la maleta y a ver cómo os las apañáis entonces… porque esta niña hace lo que le da la gana y esto se tiene que acabar. ¡Vamos que si se tiene que acabar! Como que me llamo Rosario…

¿Qué que hago? Pues que voy a hacer… Nada, me puse a hacer tiempo hasta llevar a la niña a la estación. Sí, son muy antiguas, son del verano aquel que quisimos recorrer la costa andaluza en vespa, ¿te acuerdas? ¡Cuántos recuerdos, cariño! Y que jóvenes éramos... Tenía la misma edad que nuestra Marisa ahora. Si es que se me encoge el corazón al verla tan apagada… con la chispa que ella tiene y esa eterna sonrisa. Pero sí, quizá tengas razón y lo que más le convenga sea pasar unos días con Sofía, por lo menos a ella sigue sin darle miedo vivir. Cojo el bolso y nos vamos.

30 junio 2008

¿Campeones?

Se enteró del primer gol en el párking, esperando al ascensor. Nunca le había interesado el fútbol hasta que le conoció. Fue así como se dejó envolver por su voz explicándole lo que era un córner, a qué le llamaban penalti, hasta incluso llegó a entender los fuera de juego. Tan fuera como se sentía ella en esta noche de final. La grandeza del amor, que es capaz de crearnos interés en algo que nos resultaba remotamente lejano.

El grito al unísono de todo el edificio le hizo pensar en como lo estaría celebrando. Seguramente en su bar de siempre, aquél que le señaló desde la otra acera en una de sus primeras citas y en el que nunca llegó a pedir una de sus coca-colas. No le dio tiempo. Deseaba vibrar con el triunfo en una noche en la que no parecía existir ninguna rivalidad. Euforia, alegría, celebración… Y sin embargo, se sentía más apagada que nunca. Igual, si desde el principio le hubiera gustado el fútbol, ahora él estaría acordándose de ella tanto como ella se acordaba de él. “Maldita sea, no costaba tanto ser aficionada” se dijo mientras dejaba el bolso encima de su cama. Cambió la retransmisión del partido del año por una de sus canciones. “Cuanto más bella es la vida, más feroces sus zarpazos” sonaba en su cuarto, ajena a todo pase de pelota. Y es que quizá Luz tenía razón y era hora de empezar a curar heridas, para dejar de ser una “rota en esencia” y cicatrizar, antes de marcharse lejos durante un tiempo.

“Marisa, ¡somos campeones!” pero ni siquiera la sonrisa que no había visto en su padre desde hacía días hizo sentirle triunfadora. "¿Campeones?, ¿de qué?" pero no supo encontrar la respuesta. Y durante unos minutos deseó con todas sus fuerzas convertirse en otra persona, sentir “la roja” y salir a pegar bocinazos por la ciudad, comiéndose con el entusiasmo de los ganadores, la nostalgia de las noches de domingo.

26 junio 2008

Princesa Magdalena.

Que te devuelvan tus días y todas las horas con minutos multiplicados que dedicaste a no soltar el ancla de un barco, que veías alejarse poco a poco. Tiraste de la cuerda marinera con demasiada fuerza, sin querer saber que llevaba días rota y había empezado a deshilacharse en la punta, dejando escapar las últimas lágrimas que te quedaban. Para arrojarlas al mar, dónde sino. No te quedaban más, de lágrimas, ni de ganas de inventar personajes para tu cuento con final feliz. Pero nadie mejor que tú para ponerse a hacer balances decisionales en un plisplas, que resulta que escondían el mejor de los antídotos… ¡Y tú sin saberlo! Y yo contigo, claro, entre cafés en cualquier plaza con una pizca de lenguaje del nuestro y dos de recuerdos enredados. Bien cargado, por favor, que la noche no fue fácil…

Y entre príncipes verdes y ranas azules hemos crecido, casi sin darnos cuenta, María Magda. Porque nadie mejor que nosotras para vivir la vida a nuestra manera, y que no intenten convencernos de lo contrario porque trae premio seguro. Tiene que traerlo a la fuerza después de apostar con todo lo que teníamos una y otra vez. Pero tú, a seguir apostando… premio seguro, recuerda. Y ahora arriba y luego abajo, y mientras yo voy subiendo poquito a poco, con cuidado, en una de éstas te encuentro descendiendo en canoa, soltando tu mano del remo y saludándome desde lejos con una sonrisa de las que iluminan grises, una de las tuyas. De las que habías gastado siempre hasta que empezaste a amarrarte a aquel puerto en el que la marea siempre estaba alta.

Y no puede ser casualidad. Tenía que ser ahora y no antes, para poder quedar solas sin problemas cuando aparezca el silencio. Ese tipo de silencio que sólo se deja caer cuando te piensas y te sientes a la vez. Y tenía que ser ahora, no antes, para que las dos pudiéramos mirar nuestros móviles cada cinco minutos y burlarnos una de la otra, pero a la vez. Llamarte Magdalena y quedar para comer, recordando algún nuevo refrán que se nos vino a la cabeza. Encender un cigarrillo juntas, creyéndonos que con él prenderán todos los desengaños y se consumirán todas las nostalgias aprendidas. Compartiendo mechero y ventanillas bajadas, mientras suena alguna canción de-las-de-llorar… Y saber con certeza que era lo único que necesitábamos. Tenía que ser ahora, por algo, no me preguntes por qué… Quizá porque ahora tienes título oficial para hacer balances decisionales llenos de palabras técnicas, que esconden lo mismo que mis dibujos con palabras, pero más directos y concisos, que tú eso siempre lo tuviste. Lo de irse por las ramas, las nubes y las lunas de papel siempre fue más cosa mía que tuya. Aunque después de todo tú has acabado caminando por alguna nube que otra con poco fundamento y a mí me queda poco para aprender a terminar balances de esos. Creo que es por eso que tenía que ser ahora y no en otro momento, para que podamos devolvernos los días la una a la otra. Recordando anécdotas que nos arrancan carcajadas una y otra vez aunque las hayamos contado mil veces, para hablar en nuestro idioma e imitar voces imposibles… Para ser tú y yo, devolviéndonos las sonrisas que nos robaron sin permiso.

Feliz verano, princesa.

24 junio 2008

De verbena sin hoguera.

Intenté creerme que era una noche más pero cada vez que conseguía acercarme a la idea, el pum de algún petardo que sentía justo a mi lado me chafaba el plan. Y ahora pam y otra vez pum, y así toda la noche. Entre pums y pams, y pams y pums y encima sin hoguera donde arrojar todo lo gris, que sin consultarme, teñía el inicio de mi verano. Los recuerdos se consumían demasiado rápido, convirtiéndose en cenizas en cuanto me daba la vuelta y no encontré las brasas ni las miradas enamoradas que volvieran a avivar el fuego, mi fogata, nuestra hoguera. No dediqué la noche a otra cosa qué a buscarlas. Por todos los cajones, debajo de la cama aún a riesgo de encontrarme con todos los fantasmas del pasado, incluso miré dentro de algún zapato cerrado de los que ya había guardado. Ni rastro de tus miradas, así que abandoné de inmediato la idea de reencontrarme con tus palabras en una noche como ésta. De siempre habían sido mucho más difíciles de encontrar que tus miradas. Y no sé el porqué pero esta noche la casa estaba especialmente desierta, de miradas y palabras, de lo realmente importante.

Y un San Juan sin hoguera... ni es San Juan ni es nada. Así que no pude deshacerme de tus promesas para que las consumiera el fuego, ni saltar por encima de ellas aún a riesgo de quemarme. Era lo único de lo que podía o quería desprenderme y ni con ésas lo hice. No comí coca ni brindé con cava. Además había dejado que mi mecha se consumiera demasiado rápido y ahora no tenía con que hacer pum y luego pam. Pero en la tienda no me dijeron que la ilusión y las ganas de compartir prendieran con más facilidad que otros explosivos. Nadie me dijo nada y claro, sin repuesto, no me alcanzaron hasta San Juan.

Seguro que en una de esas playas que mañana se convertirán en campos minados de botellas, basura y algún que otro entregado a la noche mágica, seguro que allí prendieron las hogueras, donde poder quemar promesas que se esfuman, y habría mechas de ilusión y esperanza, incluso coca y cava. Esas playas que tienen pinta de tener todo lo que yo hoy necesitaba, hasta miradas y palabras de las que no encontré en mis cajones. Pero yo preferí esperar en casa, por si San Juan llamaba a mi puerta y al abrir, tú le seguías detrás. Pero claro, sin coca ni cava ni hoguera, San Juan no quiso saber nada de mí. Y sin él, no hay tú ni una playa de ésas a la que hubiera llegado de tu mano, porque en una noche como ésta no se me ocurre otra forma de llegar. Apoyándome en tu brazo mientras encojo una pierna para deshacerme primero de una sandalía, y después de la otra, cogiéndolas de las tiras de atrás para que cuelguen de mi mano con ese balanceo de cuando todo va bien. Y después de localizar a la luna que hoy está especialmente encogida ante tantas miradas, hubiéramos alzado la vista buscando algún hueco libre, llegando de tu mano hasta la orilla, dejando todo atrás. Como si yo nunca hubiera estado buscando miradas y como si nunca hubiera deseado quemar tus promesas, deseándoles una feliz noche a esos labios que se acercarían a besarme.

Quizá para el próximo San Juan... pueda calentarme con el fuego de alguna hoguera de verdad y puede que algún petardo que escuche lejano me deje una pequeña señal en la pierna izquierda, de recuerdo. Quizá para el próximo San Juan... estrene vestido y seas tú quien desabroche mis sandalías para hacer el camino hasta la orilla descalza. Quizá el próximo veintitrés de junio sea mágico de veras, coma coca y brinde con cava, aunque no me guste. Quizá para el próximo...

21 junio 2008

Desengaños del sábado noche.

Y otro sábado más la encontré plantada delante del armario. Hablaba sola y sonreía como hacía semanas que no lo hacía. Ni siquiera se dio cuenta que llevábamos tiempo observándola, sino seguro que nos hubiera echado a patadas de su cuarto. Era como un templo sagrado con contraseña para entrar, más o menos. Pero aquella tarde parecía diferente, así que probé suerte con un tímido hola que quedó engullido por el volumen con el que bailaba su canción favorita. Bruno me seguía con la mirada agachada. Los dos sabíamos que cualquier paso en falso podría suponer una huida a marchas forzadas.

Aparté con cuidado la ropa tirada encima de la cama y me senté entre sus vaqueros negros y el vestido verde que tanto le gustaba. Para hoy había elegido el morado que compramos con mamá. Tocaba ir de princesa rockera y ahí estaba mi hermana: cola de caballo, raya negra y chupa de cuero en mano. Dispuesta a sentirse la reina de la noche aunque sólo fuera por unas horas. Como Cenicienta, la niña que salía en mi cuento de por las noches. Sólo que en el caso de Marisa, el cuento acababa siempre con lágrimas y los domingos se convertían en continuos viajes a su habitación intentando que comiera algo. Yo pensé muchas veces que quizá lo que esperaba mi hermana era que vinieran a recogerla en carroza, de calabaza como tiene que ser y no con esas motos que rugían como si estuvieran enfadadas. No podía ser tan difícil encontrar una y a falta de hada madrina, yo tendría que encargarme de todo. Necesitábamos con urgencia un baúl para los zapatos extraviados en el que poder buscar los domingos por la mañana. Igual así conseguíamos que dejara de llorar.

Desde que empezó a llamarme enana las cosas habían cambiado mucho y yo no entendía absolutamente nada. Sin embargo parecía que todos conocían el final del cuento de los sábados porque desde hacía un tiempo, los fines de semana sólo desayunábamos churros con chocolate, comíamos macarrones y cenábamos pizza, por si acaso, supongo. Por si acaso el príncipe se convertía en rana antes de las doce o por si acaso se acaban las perdices felices. Marcos que era informático (por lo que había oído contarle a su amiga Elena) era el afortunado de esta noche y por lo poco que me había dejado escuchar, era definitivo. No sé exactamente que debe significar eso de definitivo pero tiene que ser algo buenísimo porque lo mismo le oí decir todos los otros sábados. Pablo, el vecino del primero, era genial porque siempre me traía caramelos. Luego vino Fernando con el que me lo pasaba bien jugando a basket pero me cansaba porque no paraba de darme volteretas. También me caía bien aquél que siempre comía chicle y llevaba un pinchito muy simpático en la ceja, y aquel otro… el que nunca supe pronunciar su nombre.

Bruno me tiró del pantalón del pijama reclamándome su cena, así que me despedí de mi hermana con un “estás guapísima” y me marché a la cocina pensando en las ganas que tenía que papá montara la piscina en el jardín y en lo aburrido que debía ser hacerse mayor.

19 junio 2008

Rebeca Jiménez.

Desde la primera nota, lo sentí como hecho a medida. No pude encontrar mejor ansiolítico para el alma.

Y de regalo...

Un GRACIAS enorme para mi descubridora.

17 junio 2008

Antes de ponerle un nombre.

Me volví hacia atrás para recordar el camino y quizá olvidé apretar el hilo que me ataba a tu muñeca. Se soltó sin darme cuenta, la brisa del miedo lo desató sin que pudiera cogerlo al vuelo.

Y vuelta a los fondos del baúl, sin trampolines de colores ni escaleras de emergencia, sin esa mano que me dio impulso sentándome a la mesa de la locura. Sin caricias de primer plato ni abrazos especialidad de la casa, utilizando la complicidad para limpiarnos las nostalgias recientes, rellenando la copa de mis recuerdos antes de terminarme el último sorbo.

Y busqué el hilo debajo de la mesa por si cayó mientras reíamos, para atarme sin mirar atrás, pero lo convertiste en invisible. Y mientras me sacudía las dudas, aprovechaste para desaparecer entre pasos silenciosos, dejándome el salón cargado de promesas que se esfumaron con el olor de tus colillas.

16 junio 2008

La habitación 112.

Solía coger su coche rumbo a ninguna parte cuando las cosas no iban bien. Como si así pudiera alejarse de ellos, pero siempre volvían a llamar a su puerta. Qué decidía ponerse su suéter favorito y aterrizar en el centro para comprar algún par de libros, allí aparecían sus lágrimas de la noche anterior. Las que se escondían en su almohada para salir cada noche desde hacía una semana. Lo mismo pasaba con sus tés de media noche. Todavía no había puesto la bolsita en su taza de desayuno, cuando entre terrón y terrón aparecía decepción para hacerle compañía.

Y así con todo. Se preguntaba dónde había quedado la sonrisa que tanto le gustaba y aquellos ojos que nunca antes había visto, despiertos y con ganas de chocar con nuevas miradas. Recordaba también unos labios pintados de carmín entre semana. Sin embargo, todos eran recuerdos muy lejanos, como los que se desdibujan con el paso del tiempo, aunque el calendario de encima de la televisión le recordara que tan sólo habían pasado unos pocos días desde entonces. Sí, aquel entonces, el entonces de la habitación ciento doce o uno-uno-dos, que le gustaba mucho más.

Todo debió quedar en su maleta nueva que tanto le costó elegir. De repente recordaba cómo días atrás había decidido llenarla sólo con las cosas que le gustaban de ella. De ahí, la sonrisa y los ojos y los labios… Ahora tenía todo mucho más sentido. O quizás no, porque no tenía un uno-uno-dos que le marcara el camino, ni vistas a una muralla milenaria cuando levantara la persiana. ¿Quién le mandaría creerse una nueva mujer en una habitación con vistas a la muralla?. Sólo a ella podría ocurrírsele una locura así.

De nada le sirvió montarse en su viejo coche, al que con el tiempo había cogido cariño. No le sirvió de nada aparecer en la orilla de la playa, mirando fijamente aquel barco que se alejaba poco a poco. Sin embargo, comenzó a sentirse afortunada por tener una orilla con vistas al mar a la que poder llegar en menos de cinco minutos. Eran las pequeñas cosas que le hacían feliz y a veces se le olvidaban. “¿Cómo harán los que no tienen orillas cuándo quieren escapar?” Y durante unas horas, el mediterráneo le dio el consuelo necesario para soportar la ausencia de la habitación ciento doce. O uno-uno-dos.

15 junio 2008

En busca del Norte.

Cogí un hilo muy fino para sujetar la brújula de mis pensamientos a mi mano izquierda. Antes de ponerla a funcionar ya sabía que me haría llegar hasta donde llegué.

Un lugar donde todavía es posible despertarte con pajaritos cantarines y no con claxons de última generación.

Donde te puedes encontrar con la sonrisa de alguién que te la dedica porque sí, ni psicópatas ni maníacos-compulsivos. Simplemente, sonrisas gratuitas.

Igual es difícil de creer pero hay gente que se detiene para intercambiar palabras con alguien conocido, preguntándole cómo se encuentra o qué tal le va a a Ana (su hija) en el nuevo trabajo. Se dedican tiempo y atención sin importar si ya es mediodía y va muy retrasada de faena o el banco le cierra.

A partir de las 12, los vinos viene con una tapa debajo del brazo, a la que está permitido dedicar tiempo sin que nadie te fulmine con la mirada de la responsabilidad.

Coger un autobús para trasladarte de un pueblo a otro significa poder disfrutar de una ruta de senderismo privilegiada, pero sin botas de montaña. Encontrarte con valles frondosos pintados de un verde que sólo tienen los cuadros allá arriba. O con castaños solitarios en medio de un campo de trigo.

Donde pedir un bocadillo significa comer pan de verdad y no algo que se le parece y es posible conseguir un banco vacío en alguna de las plazas más céntricas. En muchas ocasiones, acompañándolo con la música de algún acordeonista que siempre toca en el mismo lugar.

La vida es diferente sin duda, sobre todo porque a las noches gallegas no se les cayeron todavía las estrellas.

08 junio 2008

Sopa de letras.

Empezaré por las más fáciles. Siempre fui de dejar lo mejor para el final. En vertical, casi parpadeando, atrapo la primera i de inolvidable. Saltaré sin miedo y me deslizaré cuesta abajo hasta llegar a la piscina de bolas. La que tiene preparada la e en la planta de arriba. Poniéndomelo fácil, en horizontal, me encuentra confusión. Su última n me sirve como trampolín que me dispara en diagonal hacia nostalgia, deteniéndome en cada una de sus nueve letras para recordar momentos tuyos y míos, nuestros. Por detrás, en sentido inverso, me sorprende melancolía que me extiende su m para que coja aliento. Ilusión comienza a impacientarse. Decido encontrarla a ella primero, dejando a prudencia para más adelante. Llevo minutos buscando miedo y en vez de eso, encuentro misterio. Lástima que al final siempre acabe saliendo para envolverme con su cerrada o y no dejarme avanzar. Un compuesto echardemenos recorre el pasatiempo en diagonal, enlazando las demás palabras para que no se pierda ninguna.
El tiempo pasa lento cuando las letras forman las emociones vividas en un episodio de película. Faltan palabras en mi sopa. Probaré con los puzzles, a ver si encuentro la pieza que llevo días buscando.

06 junio 2008

La culpa fue del cha-cha-chá.

El recuerdo de un viento de otoño llama al otro lado de la ventana. El frío de las sábanas en la parte izquierda se encarga de darle el último despertar. Abre un ojo y mientras el otro le copia el movimiento, la realidad le da los buenos días. Su mente perezosa se estremece hueso a hueso y sin ningún esfuerzo, coge el primer lápiz sin punta de encima de su mesa para marcar con suavidad las líneas de esos ojos verdes que ahora le cuesta tanto dibujar. Mientras se lava la cara, se dedica a perfilar los trazos de unos labios que no puede dejar de recordar sin que un escalofrío recorra su cuerpo de pies a cabeza. Coge el último suéter desmontando la pila de su armario, como cada día, pero hoy no son sus manos las que le ayudan a abrocharlo por detrás. Puede sentir su respiración y cómo, sin darse cuenta, apartan su pelo para besarle el cuello a escondidas, deseándole un buen día. Su habitación está vacía pero parecen escucharse ruidos en el salón. Huele a tostadas recién hechas y el chocar de las cucharillas le resulta inconfundible. “Buenos días, mamá, no te esperaba tan pronto”. Y con el sabor a resignación que dejan las esperanzas fugaces, coge su taza de café y enciende el primer cigarro del día. Desde su pequeño balcón, la calle todavía está dormida... Y mientras pone la radio, se pregunta si será cierto que la culpa de todo la tengan las películas.

05 junio 2008

En la estantería de arriba.

"Te digo que no. Es cierto que hoy me dio plantón pero tú no puedes entenderlo. Me está reservando para la noche. Será entonces cuando me coja con sus suaves manos, apoyándome en su regazo y dedicándome todo el tiempo que merezco. Da igual que haya pasado el día contigo, me reserva el momento del día en que se quita sus capas de cebolla. Sí, es verdad, siempre le sentó mal.
Además, tú y todos los de tu palo le resultáis profundamente pesados. ¿O a ver si te crees que se queda dormida encima de vosotros por gusto? ¡Ja! Conmigo siempre le dan las tantas y soy yo quien tengo que ordenarle que apague la lámpara de su mesita y se ponga a dormir. ¿Lo ves? A vosotros nunca os lleva a su mesita.
Eso es lo que tú te crees. En cuanto pasen estas dos semanas os abandonará sin pensárselo dos veces. Siempre fue mujer de un solo libro y conmigo ha encontrado al amor de su vida. Yo sólo te aviso, no te enfades. ¡Qué va! Por ahí vas mal. No es de las que se deja impresionar por tapas duras y fotografías a color. Mucho menos por gráficos y estadísticas que sólo entiendes tú y los tuyos. Prefiere el blanco y negro y las medias cuartillas, de toda la vida vamos. Que no, te digo, está cansada de acarrearos de biblioteca en biblioteca. Es lo que pasa con los libros como tú, aburrís con vuestra pedantería sobre el rigor científico, la objetividad y otras mamarrachadas. Y con ella, amigo, no te va a servir de nada. Se queda conmigo, con la fantasía y con las vidas narradas. A vosotros ya os está preparando la estantería de arriba. Esa a la que no se llega nunca. No, no, y los apuntes detrás vuestro.”

En época de exámenes cuando me meto en cama, me imagino las trifulcas que se montan en mis estanterías. Sí, lo sé, no lo diré muy alto porque estoy “paquemeencierren”. El caso es que entre tanto apunte, prácticas, manuales y dossieres complementarios, mis novelas se sienten desplazadas. Es la única época del año en que ocurre pero las dos estamos deseando reencontrarnos. Suerte y ánimo para los que compartan época. Acompañémonos en el sentimiento :P

04 junio 2008

Recordándole que era cuatro.

Nadie entendía cómo podía preferir quedarse allí. Era de los sitios más grises, aburridos y monótonos que jamás se habían conocido. Allí no habían fucsias, ni gominolas de colores, ni sonrisas de esas que iluminan mañanas. No había complicidades ni cabida para las miradas inquietas que no paran de revolotear. Sabía que no había nada comparable a lo que le esperaba allí a fuera y noche a noche, se le repetían las escenas estelares de la que había sido su mejor actuación. No había nada, excepto él y su soledad. Un refugio privilegiado que había construido con esfuerzo día a día y que se negaba a abandonar, ahora que por fin lo había conseguido. Una soledad libre, elegida, que le permitía subir a la superficie cuando más le apeteciera. Sin prisas, marcando el ritmo de sus días y creyéndose indestructible. Solo él era dueño de pasar las hojas de su propio calendario y no dejó que fuera ella quién le diera los buenos días recordándole que hoy era cuatro. No le dejó ni tan si quiera eso, se había prometido dejar de ser la marioneta estrella de la compañía y en su apuesta por el gris, el fondo de aquel baúl de juguetes era su mejor baza.

Nubosidad variable.

Como si fueran algodones de azúcar y viviera en una constante feria de verano. Estiraré mi brazo hasta alcanzar el junco más grueso. Dibujando círculos al aire, tendida en ese verde campo que me despierta con la humedad de sus primeras horas. Ahora boca arriba, ahora boca abajo. Desmenuzaré las nubes creando nuevas figuras y apartándolas hacia los lados, esperando encontrar lo que tanto tiempo llevo esperando. Bienvenida, a todos.

10 marzo 2008

Indefensión aprendida.

Aquel perro fue atado con cadenas y metido en aquella jaula espantosa que le condenaba a puro experimento científico. Una vez dentro, se le proporcionaban una serie de descargas eléctricas para dejar claro que era el científico el que tenía el control. Después el procedimiento era diferente. En este caso la jaula tenía un lugar en el que no se proporcionaban descargas eléctricas y otro en el que sí, pero esta vez el animal era introducido en ella sin las cadenas. Lo que todos esperaban era que en el momento en que el perro recibiera la descarga actuaría, moviéndose hacia el lugar en el que quedaba libre de torturas. Pero todos fallaron. Era demasiado tarde para esperar cualquier reacción porque aquél animal había aprendido que no podía hacer nada para evitar las descargas, debía soportar y aceptar. Es lo que el psicólogo denominó Indefensión aprendida. No se trata de un comportamiento exclusivo de la especie perruna sino que lamentablemente, es la patología más común de las nuevas sociedades avanzadas. Aceptamos con resignación las imposiciones que nos llegan desde arriba con la convicción de que "es lo mejor que podemos hacer". No somos conscientes, lo que nos hace más difícil poder actuar. Nos convierten en marionetas que no cuestionan, que asumen y digieren. Que van a lo seguro y que cada vez tienen menos ganas de arriesgar, de confiar en los demás y de apostar por los pequeños grandes cambios. Lo peor, qué ya no recuerdan cómo se hacía. Perdieron la ilusión de que es posible cambiar las cosas por el camino de la vida monótona y sin sobresaltos que garantiza el máximo bienestar con el máximo beneficio. De máximos va la cosa y cómo no podía ser diferente, las recientes elecciones así lo demostraron. Ya no hay lugar para los pequeños detalles, para las propuestas humildes que se preocupan de los verdaderos problemas. Preocupaciones de todos los que no tienen una vida tan fácil pero que todavía no quieren aceptar que no hay nada por cambiar. Porque lo hay, y debería ser posible. Unos cientos de miles ilusos que desde ayer han pasado al cuarto oscuro del Congreso porque en la nueva política al igual que en la vida, lo que cuenta es destacar y en abundancia, por encima de todos los demás. Y en este momento de máximos, de útiles y de masas las pequeñas opciones que en su día gozaron de la confianza de muchos, hoy ya no tienen su lugar, se les escapó de entre las manos antes de que pudieran darse cuenta.

03 marzo 2008

Circuitos de la mismidad.

"El mundo está en la persona como la persona está en el mundo y los dos están conectados a través del circuito de la mismidad". La última palabra me ha despertado de golpe entre la avalancha de información que el profesor nos estaba dedicando desde hacía unos cuarenta minutos. "A través del circuito de la mismidad" me ha parecido un concepto precioso. Es aplicable a multitud de situaciones en las que nos vemos diariamente y a lo largo de nuestra vida. Es interpretable y se puede adaptar a la historia de vida de cada uno. Es un concepto para compartirlo y pensarlo y para mí, es atractivo para buscarle un sentido (mi particular sentido).
Nuestros miedos, nuestras dudas, nuestros pensamientos que guardamos bajo llave, se dibujan como las piezas de nuestro puzzle vital. Nos forman como un yo mismo que se piensa, que se escucha y que intenta comprenderse, aunque si se trata de mi caso, fracase comprensión tras comprensión. Pero lo más importante es que el circuito de la mismidad solo podrá darse cuando persona y mundo se complenten, cuando cada cuál sepa el momento preciso de salir a escena. Y en el gran ballet de la vida, habrá un escenario capaz de reunir a toda la compañía?

29 febrero 2008

En tierra de nadie.

Sabe mantenerse en un segundo plano y no le gusta llamar la atención. Es paciente y simbólico, especialmente simbólico. Sabe escuchar, y esperar... No le importa ser más pequeño que los demás y disfruta cada minuto de su día de gloria. Un día que pasa inadvertido en nuestros calendarios, un día de nadie en tierra de nadie... Nadie mejor para darme la bienvenida que un 29 de febrero.