14 julio 2008

Paseo de gracia y nostalgia.

Había olvidado la hora qué era. Quizá las ocho porque la ciudad empezaba a contagiarse de sonrisas a la salida del trabajo, de maletines deseando descansar en la firmeza de tantos escritorios y de corbatas y tacones que no veían el momento de llegar a casa. Y mientras tanto, había decidido perderse entre los trazos grises de una cuartilla blanca, que había encontrado por casualidad en su bolso. Dentro de unos días, pocos ya, se le volverían escasas las oportunidades de regalarse minutos sentada en uno de aquellos bancos que le habían fascinado tanto desde el primer momento que los vio. O desde el momento en qué pudo empezar a recordarlos. Tan blancos, de piedra, despertándola con el escalofrío que se produce al chocar por vez primera con la piel.

“Otro ataque de nostalgia ahora no, por favor”. Todavía estaba sentada en uno de esos bancos, todavía se escuchaba algún “fins demà” (hasta mañana) y todavía, al recibir una llamada, podía quedar sin que fuera necesario coger un avión. Ya tendría días, sentada en el sillón de su nueva casa que ahora imaginaba, para cerrar los ojos y verse, aunque fuera por un minuto, en el paseo de los paseos que en tantas ocasiones había escogido para perderse. “Buscar nuevas calles para perderme” apuntó decidida en su agenda para la semana que viene. Abrió el libro por la página cincuenta y seis y marcó con lápiz el 45: Ausencias.

Las cosas que nos faltan, cúantas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de ausencias. Hay partidas, adioses que no volvieron ni volverán. Aún en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados. Por suerte cuando soñamos vuelven todos, los que todavía son y los que se fueron. Y abrazamos fantasmas, almas en penas y almas en gloria. Viene entonces la fase de ojos abiertos, también llamada insomnio. Allá arriba está el cielo raso, con la araña de siempre en su rincón de redes. Nos faltan manos para acariciar, labios para besar, cintura que estrechar, cuerpo que penetrar. Todo es ausencia.

Mario Benedetti.

7 comentarios:

Queiles dijo...

La vida se modela de ausencias constantemente presentes.
Todo es ausencia.
Besos

Xose dijo...

He llegado a tu blog a través del blog de Mencía. Me ha encantado leerte. Seguiré haciéndolo, con tu permiso. Un gran saludo

MaR dijo...

Bienvenido, Ulyanov! Me alegra mucho que te haya gustado. He intentado pasarme por el tuyo pero no me dejaba :)

Un beso.

La sonrisa de Hiperion dijo...

El gran Mario... el día que lei "La borra del café" creí que ya lo había leido... hasta que metí en mis venas sus poemas sobre la vida sencilla
Grande! ave Mario

Xose dijo...

Te he invitado a entrar en el blog. De hecho, me he permitido incluírte en mis enlaces favoritos...
Un beso

Unknown dijo...

Porque tengo una soledad tan concurrida...

Y un ataque de nostalgia, velas, barcos, nubes, sitios donde fui pero no estuve.

Anónimo dijo...

Usar a un genio como Benedetti como cómplice, es siempre un acierto.
Me gustó mucho este texto, pero me gusta más la originalidad de tus historias.
Ya ves que estoy leyendo todos tus últimos textos. No te podrás quejar, ¿eh? Je, je, je.
Bueno, sigo con el viaje.
Besos.